“Yo estaba buscando por un respiro de vida,
Un pequeño toque
de luz celestial,
Pero todos los
coros en mi cabeza cantaron no, oh, oh, no.
Para conseguir un
sueño de una vida de nuevo,
Una pequeña
visión del comienzo al final
Pero todos los
coros en mi cabeza cantaron no, oh, oh, no.”
-Breath of Life, Florence + The Machine.
Ardor.
Todo alrededor de Zoe era ardor. Sus
nervios. Su piel. Su mente. Todo era ardor, puro ardor. Se sentía como si fuera
un cerillo que un pirómano frotaba una y otra vez, una y otra vez; o como un
pedazo de metal constantemente sometido a fuego.
Zoe era ardor.
Se encogió sobre su celda. Había
resistido y seguiría haciéndolo, pero cada parte de su ser anhelaba
desesperadamente un momento en el que no tuviera que preguntarse si seguiría
viva al siguiente día. ¿Llegaría?
Lo dudaba.
Muchísimo.
Ahí, apretada contra el piso-esperando ridículamente
que su temperatura fría ayudase contra el calor-la vida parecía evadirla como
si fuera una piedra en el camino. Todas las mañanas eran iguales. Todas las
tardes. Todas las noches.
Despertar, comer unas míseras migajas de
pan. Autocompadecerse, retorcerse en dolor. Recibir su ungüento, tomar un
pequeño, pequeñísimo cuenco de agua. Dormir, repetir desde el inicio.
Así fue siempre, excepto por el día en
que Stan la visitó.
No había sido nada en realidad
remarcable, para ser sinceros, pero en la aburrida secuencia negra que era la
vida de Zoe, fue una gran chispa de color. Había llegado y la había observado,
ahí, como si nada; y cuando Zoe había explotado al fin-¿quién en su sano juicio iba a tolerar semejante perturbador
escrutinio?-había dicho algo. Nueve palabras, una oración. No parecía
relevante.
Pero para Zoe, lo fue.
Le había dicho: “Eso, lo que hiciste en
el bosque, fue genial.”
¿Acababa en serio de darle un cumplido? Zoe no lo había creído entonces, ni
lo hacía ahora. Después de un momento de devanación de sesos, había dado en el
clavo: se refería a cuando había escrito “Mallock” en el suelo y escupido.
Claro.
Había sido divertido.
Zoe escuchó unos pasos, que la sacaron de
su ensimismamiento y la devolvieron a su mundo de metal en llamas. Eran
sigilosos, como los de un depredador, y si Zoe misma no fuese la presa
inalcanzable, probablemente ni los hubiese escuchado.
¿Quién sería?
Decidió que, fuera quien fuese, no valía
la pena el movimiento. Se quedó ahí, tumbada, esperando que la frescura de esa
losa de piedra se acabara para pasar a otra.
Seguía ardiendo.
Pero con dignidad.
Zhack jamás se había sentido tan…
despistado sobre nada. En la vida. Ni siquiera sabía qué lo había llevado ahí,
si la curiosidad, o la pena, o peor… la culpa.
No culpa.
Jamás culpa.
Fuera como fuese, ahí estaba ahora.
Parado. Frente a la celda de la
prisionera. Zhack se rehusaba a pensar en ella como en alguien con nombre,
no fuera que eso la hiciera más real. No necesitaba complicarse más la vida.
Aunque, para ser sinceros, ya era
bastante complicada.
La observó. La prisionera era un completo
y reverendo desastre: su cabello colgaba sucio y ensangrentado por su espalda,
la piel visible en sus piernas y brazos estaba enrojecida y cubierta de mugre,
y su vestido había pasado de blanco a gris. Estaba enrollada sobre sí misma,
como un bebé, transmitiendo una fragilidad, pero aún así, una ferocidad que abrumó a Zhack.
Era bella.
Incluso debajo de toda esa mugre, era
bella.
Era lo único que Zhack le iba a otorgar.
-¿Qué haces aquí?-su voz cortó el
silencio, ronca y fría por el desuso, cargada de hostilidad.
Un escalofrío corrió por la espalda de
Zhack, y lo horrorizó. ¿Qué demonios le sucedía?
Sacudió la cabeza. Concentración, se dijo. Con-cen-tra-ción.
-Te visito.-dijo, estatando lo obvio.
Actuando como si sus sentidos no
estuviesen sobrecargados. ¿Qué era, miedo?
La voz de su querido padre resonó en su
cabeza.
En toda tu vida, en todo lo que hagas, jamás debes sentir miedo.
Jamás.
-¿Quieres regodearte de lo que me has
hecho?-preguntó Zoe, manteniendo un tono afilado en su voz.
No se volteó. No quería sufrir las mismas
ridículas reacciones de antes. Por el jadeo incrédulo que escuchó, Zhack estaba
indignado.
-Nunca me burlo de una dama.
Zoe sintió ganas de reir, y eso fue
justamente lo que hizo. Sus carcajadas fueron tan secas y llenas de humor negro
que se dobló sobre sí misma, sintiendo lágrimas en los ojos por lo sencillamente hilarante de la situación.
-Muy bien, pues, burlarse está fuera de
tus límites, ¿pero quemar viva no?
Casi pudo escuchar las palabras golpear a
Zhack como un puñetazo en el estómago, y apenas sintió algo de triunfo.
Él no respondió. Zoe se aprovechó.
-¿El gato se comió tu lengua, Zhacky?
Eso lo sacó de su trance.
-¿Zhacky?-su
voz irradiaba incredulidad.
Zoe se levantó finalmente, yendo hacia
las barras y mirándolo exactamente a
los ojos.
-Fuera. Vete de aquí.
Él arqueó una ceja, mirándola de una
manera peligrosa que decía, “Yo soy el
que manda aquí.”
-¿Crees que puedes mandarme?-preguntó,
burlón.
-Justo
eso estoy haciendo.
Las personalidades de ambos siempre
habían sido explosivas, y chocaron en ese momento. Sus miradas eran rayos
asesinando al otro, sus posturas, las de feroces depredadores listos para
atacar, como el trueno al cielo o el fuego al bosque.
-Pues no puedes.-siseó él.-Yo soy el que
manda aquí. Tú no eres nadie.
Zoe quiso eliminar su media sonrisa con
un golpe. En vez de eso, se acercó a él, invadiendo su espacio personal todo lo
que podía confinada como estaba.
-Eres el rey de una tierra de
cenizas.-dijo, su voz mortalmente afilada-. ¿O crees que no lo he notado? Eres
tan sólo un títere más en las manos del Emperador, te encuentras a la merced de
su juego psicólogico y las consecuencias de tus propias acciones. Tú no eres nada, ni nadie. Tú eres
el arma, la bala, y el dedo que asesina, nada más que un instrumento
desmoralizado-
-¡Calla!-gritó Zhack.
Su rostro estaba agitado, el huracán de
las emociones que cada palabra de ella había provocado rugiendo en su interior.
Su puño se alzó y golpeó una de las barras de la celda, sin hacer nada para
asustar a Zoe.
-¿Qué?-preguntó ésta con sorna-. ¿Te
asusta la verdad, Zhacky? Ya era hora de que lo vieras. Vives una mentira. No
eres nada ni nadie de relevancia en el mundo, nadie lo es, y si no despiertas,
jamás verás la redención-
-¡Calla, te digo!
Fue un reflejo. Un asqueroso y terrible
reflejo. La habilidad de Zhack era como una pistola en su mente, que se accionó
en ese momento sin que él pudiera controlarla-
-y ahí estaba. Un golpe de ardor y fuego
que incendió a Zoe en las entrañas, pero no sirvió de nada.
Ella era dolor, y al dolor no le podía
doler nada.
-Tú no puedes mandarme.-siseó.-Estoy fuera de tu control.