miércoles, 11 de noviembre de 2015

Caótica Sinfonía, Capítulo Treinta y Seis: El Mañana.


“Diez años pasaron esta noche,
Huirás,
Si lo haces
Seré alguien
Para encontrarte
Vi ese día
Perdí la cabeza
Señor, estoy bien
Tal vez en un tiempo
Querrás ser mío.”
-El Mañana, Gorillaz.

Él no es lo que era. Está sentado. Inmóvil.
Stan lo miró, impasible, y no supo reconocerlo. La sala es ridícula. Él no ve al que tiene sentado enfrente, al hombre fornido e imponente que alguna vez fue un niño delgaducho que lo seguía a todas partes. No ve nada.
Los ojos de Chas estaban quebrados, irrevocablemente quebrados. Stan no tenía esperanzas al mirar a su hermano. Las enfermedades mentales eran como demonios, y ya no eran curables. No supo decir porqué la había escuchado al venir allí.
Háblale, la podía escuchar decir, Háblale y mira si te escucha.
La boca de Stan se abrió, pero de ella no salió nada.
Podía ver los cambios. Él sigue siendo fornido, sigue siendo alto, sigue siendo más bajo que él.
-Ch… Chas. Hola.
No recibe respuesta.
¿Porqué siquiera la espera?
-¿Me recuerdas?
-Stan. Soy Stan.
-Me decías Tannie.
-Siempre me pareció ridículo.
-Y…
No la menciones, le habían dicho. Stan se calló.
-… Y, parece que te he seguido incluso aquí.
-¿Recuerdas cómo solía seguirte a todos lados?
-A veces incluso te seguía al baño.
-No vi nada, lo juro.
-Sólo quería molestarte.
-¿Puedo molestarte?
-…
-Veo que no.
-Ya no funciona.
-¿Qué te pasó?
-Vamos, responde.
-Responde, pedazo de margarina.
-¿Recuerdas cómo solíamos insultarnos?
-Probablemente no.
-Probablemente me has olvidado.
-¿La has olvidado a ella?
Un manotazo. Un rayo de furia le atravesó el rostro.
-Debería dejar de molestarte.
-Dicen que no tienes remedio.
-Dicen que ya nadie tiene remedio.
-Pero tus hijos están aquí, ¿sabes?
-No lo sabes.
-Pensé que al menos sabías de Bram.
Ni siquiera obtiene una negativa. Su hermano era una roca.
Stan suspiró.
-¿Debería traerlos, o deberíamos todos dejarte de una vez en paz?
-Tal vez quieres esto.
-Pero yo no.
-¿Acaso importa?
-O te mueres de la culpa.
-Hijo, no sabes nada de culpa.
-¿Acabo de llamarte hijo?
-Eres mi hermano.
-O se supone que lo eras.
Tiempo. La puerta se cerró. Chas alzó la vista perezosamente, apenas un segundo.
Pero parece que vio.

Stan cerró la puerta.
-No sirvió de nada.
Camina sin dirigirle una mirada. Silah se levanta, silenciosa, y lo sigue.
-¿Eso crees?
Él lo mira, duro como la roca en que su hermano se convirtió.
-Eso sé.
Silah mira atrás. A través de la ventanilla, Chas Brook es sólo una figura.

Pero esa figura mira.

Caótica Sinfonía, Quinto Movimiento: En Ambos Mundos.


“Y todo lo que podía escuchar el trueno y ver el rayo golpear
Alrededor el mundo se estaba despertando, nunca podría yo volver
Porque todas las paredes de los sueños, fueron rotas bien abiertas
Y finalmente parecía que el hechizo había roto.”
-Blinding, Florence and The Machine.

La Muralla se estaba estirando.
Miles de millones de whitelanders podían atestiguarlo. Formaban una cadena de figuras fantasmales apostadas afuera de sus casas, los niños sosteniendo peluches ilegales que sus padres ocultaban, los adultos mirando con expresiones indescifrables el movimiento que había sacudido el mundo entero.
Sorpresa, asombro, más de un poco de horror. La tierra se seguía sacudiendo, y la gran Muralla blanca se estiraba como un gusano maligno alrededor de ella. Las casas se sacudían y las cosas se caían, pero nadie les prestaba atención.
Las Tierras Negras se estaban moviendo.
A lo lejos, desde la parte sur de las Tierras Blancas, un gusano hecho de un gelatinoso líquido negro se acercaba a ellos.
¿Qué estaba pasando?
De la nada podían ver demasiado. Había desiertos, había ruinas de ciudades antiguas, todo destruido.
Las Murallas se estaban uniendo.
Observaron con horror cómo el gusano negro se acercaba hacia ellos. Y entonces, la voz de Mallock. Y entonces, la voz de Fersmoth. Juntos.
Habían decidido unir sus imperios.
En medio de la oscuridad más absoluta, Fersmoth y Mallock anunciaron lo mismo a los suyos.

En la sala de Gobierno de las Tierras de las Sombras, llegó un fax. Parecía mundano, incluso ridículo, que la centenaria máquina de fax hubiera funcionado. Era una reliquia innecesaria, y cuando la secretaria de la Presidenta Aguirre se levantó a revisarlo, no se esperaba lo que encontró.
Un papel, escrito en español, de lo más normal del mundo. Lo que no era normal era el escudo.
Una declaración de guerra.

Caótica Sinfonía, Capítulo Treinta y Cinco: La Luchadora.


“No necesito que me liberes,
No necesito que me ayudes
No te necesito
Para guiarme hacia la luz
Porque siempre caeré
Y me alzaré de nuevo
Tu heroína venenosa
Porque soy una superviviente
Sí, soy una luchadora.”
-The Fighter, In This Moment.

Una sala de techo cóncavo, con largas y delgadas líneas que lo atravesaban dejando caminos de pálida luz; y nada excepto el montón de papeles que Andrade le había entregado.
Zoe echó un vistazo al croquis y uno al enorme mapa del planeta que tenía enfrente.
“¿Quién eres?”, demandaba saber, en tantos idiomas y textos que Zoe se perdía aún más.
Entrecerró los ojos, intentando encontrar el punto del mapa escrito en whitelander. Habría pasado de largo de esta sección en favor de preguntas más importantes, pero algo la había detenido. No la necesidad de saber dónde se encontraba en el mundo, sino el simple hecho de que podía tener esa información.
En tu cara, Mallock.
Finalmente, ahí estaba:
ANTES: RUSIA, SUECIA, FINLANDIA, ESTONIA.
AHORA: LAS TIERRAS BLANCAS.
GOBERNANTE: MALLOCK. ORIGEN DESCONOCIDO.
NECESIDAD: URGENTE
Pues claro que tenemos necesidad, Zoe pensó, leyendo pequeños trozos de inútil información hasta que encontró el siguiente punto: ¡Adquiere un libro sobre tu lugar de origen antes del Apocalipsis!
El programa estaba resultando un tanto estúpido.
La chica avanzó en un mar de gente que se veía tan perdida y fuera de lugar como ella. Gente de ojos rasgados, todas las sombras en el espectro de colores disponibles a la piel humana, gente chaparra, gente alta, pelirrojos, más gente como Silah, y aquí y allá: personas con uniformes negros o blancos a los cuales Zoe no estaba segura de reconocer.
Tomó un libro sobre cada región del mundo sin dar las gracias y se dirigió como hipnotizada hacia la siguiente apremiante pregunta, resaltada en neón:
¿QUÉ PASÓ?
EL APOCALIPSIS
¿QUÉ ES EL APOCALIPSIS?
EL MOMENTO EN EL QUE EL VIEJO MUNDO FUE DESTRUIDO Y REINICIADO
COSAS QUE DEBES SABER:
1.    NO ESTAMOS SOLOS.
2.    HAY OTROS MUNDOS.
3.    EL NUESTRO FUE LIBERADO, Y LOS QUE QUEDAMOS AQUÍ SOMOS LOS DESCENDIENTES DE AQUELLOS QUE NO FUERON SELECCIONADOS NI PARA EL CIELO NI PARA EL INFIERNO.
-Fuerte, ¿no?
Zoe no se había dado cuenta que miraba al cartel con la boca abierta y sin parpadear hasta que la voz del chico la sacó de su sorpresa.
-Así que… ¿descendientes de renegados?
-Apropiado.
-Ridículamente apropiado. Todo esto es estúpido. ¿Estoy aquí porque algún desgraciado en mi familia no supo elegir lado?
Zhack se encogió de hombros.
-Puede ser. Por mi parte, creo que es justo.
Ella lo miró con indignación.
-¿Crees que las Tierras son justas?
Él se encogió de hombros.
-Algo hicieron nuestros antepasados-¡au!-se quejó, sobándose el brazo que la chica había golpeado.
-Eso es por idiota.
-Bien dicho.-dijo Chainne.-No sé a ustedes, pero yo… no tengo idea de qué pensar de esto.
Zoe miró al letrero una vez más.
NI PARA EL CIELO NI PARA EL INFIERNO
-Veámosle lo positivo-dijo.-Al menos no fueron elegidos para el Infierno.

Información.
Información, información y más información.
Leyendas, fuego, destrucción. Historias de cómo el mundo había sido. Desastres, guerras, atrocidades.
Era justo.
En realidad lo era.
Zoe pasó el día encerrada en su cuarto, apenas saliendo para demandar comida. Supuso que no tenía sentido encerrarse apenas después de ser liberada, pero aún así lo hizo, lo hizo lo hizo y nadie hubo para negar que lo hizo: sus ojos estuvieron pegados a las letras de sus nuevos libros y su cerebro absorviendo la información de lo que había sido.
Gente cuyas vidas eran todas lo mismo: nacer, vivir, estudiar, graduarse, trabajar, jubilarse, morir.
Gente cuyas guerras no habían terminado, gente que había sufrido quizá tanto como los nuevos y gente que aún así había tenido mucha más felicidad de la que tenía cualquiera que viviera en un lugar distinto a las Tierras de las Sombras.
Y en algún lugar del otro lado del mundo, estaba Fersmoth. Estaba Mallock.
Estaban vivos.
Matando.
Viviendo.
Y nadie estaba haciendo nada para evitarlo.

PRESIDENTA DANIELA AGUIRRE PUBLICA ENTREVISTA A INMIGRANTES
DECISIÓN DE LA ASAMBLEA AÚN PENDIENTE
INMIGRANTES: ¿AYUDARLOS O NO AYUDARLOS?
Todavía.

lunes, 30 de marzo de 2015

Capítulo Treinta y Cuatro: Creo Que Estoy Paranoica.


“Puedes ver, pero no puedes tocar
Creo que no me gustas mucho
El cielo sabe lo que una chica puede hacer
El cielo sabe lo que tienes que probar.
Creo que estoy paranoica,
Y complicada,
Creo que estoy paranoica,
Manipúlalo.”
-I Think I’m Paranoid, Garbage.

-Creo que esta es la idea más estúpida que has tenido, Bram.
Bram suspiró, lanzándole una cansada mirada desde donde estaba sentado en una silla ridículamente pequeña para él, convertido en un desorden de piernas y brazos contorsionados.
-¿Porqué no simplemente la aceptas como los demás?
Zoe enarcó una ceja.
-¿Desde cuándo soy como los demás?-preguntó, todavía en su desafiante posición al lado de la ventana, posición que hubiera sido más desafiante si no hubiera una enorme planta a su lado, restándole dramatismo.
Presionó los labios con indignación, emitiendo un bajo gruñido. ¿Quién se creía Bram que era?
-Escucha, Zoe, el Programa de Inserción es algo que nos beneficia a todos-
-“Escucha, Zoe, el Programa de Reinserción es algo que nos beneficia a todos”-lo arremedó ella, gesticulando exasperadamente con los brazos.-, ¿te estás escuchando? ¡¿De dónde sacas que necesito terapia?!
Ahora era el turno de Bram para enarcar una ceja.
-Noqueaste a un hombre que sólo quería tomar un poco de salsa.
Zoe no dijo nada.
-Sacaste un cuchillo de Dios sabe dónde y se lo colocaste en la garganta.
Nada. De. Nada.
-Mientras lo aplastabas contra el suelo con tu bota.
-…-
-Y, por supuesto, todo tu grupo se volvía contra él sosteniendo armas de diversa peligrosidad que por supuesto no tienen permiso de portar.
-… Vale, lo admito. Quizá exageramos.
-¡¿QUIZÁ?!-la voz de Bram se alzó sobre ella como un millón de dagas, haciendo que Zoe se encogiera con una mueca en el rostro y un nudo en el estómago.-¡¿Tú crees?! ¡Ni siquiera la policía lleva armas de fuego a restaurantes! ¡Los únicos cuchillos con filo son los de los cocineros! ¡¿Y decides atacar a un hombre QUE SÓLO QUERÍA SALSA?!
-¡¿Me tomó del hombro, okay?! ¡¿Acaso tienes idea de lo que significa eso para mí?! He escapado de DOS MALDITOS IMPERIOS, Bram, sido torturada por cada uno de ellos, ¡Y TU ESPERAS QUE NO ESTÉ PARANOICA! ¡Parece que ni siquiera recuerdas lo que era!
Las manos de Zoe temblaban, su cuerpo aumentando la temperatura al mismo tiempo que su indignación. Bram alzó ambas manos, palmas arriba como una bandera blanca.
-Lo recuerdo, sé cómo era. ¿Porqué crees que te he traído aquí?-sus brazos abarcaron el corredor vacío, desde el mostrador hasta las sillas demasiado pequeñas y las plantas ridículamente enormes; y Zoe gruñó.
-¿Y tú crees que hablarle de mis problemas a una desconocida me va a ayudar?-exigió, pasando un par de frustradas manos por su limpio cabello.
Limpio de verdad, por una vez, no sólo enjuagado rápidamente por un chorro de Chainne. Oh la maravilla.
-No es “hablarle a una desconocida”, no, esto no es terapia. Ni siquiera me has dejado explicarte los detalles.
-Muy bien.-concedió ella.-Te escucho.
-Desde que los primeros fugitivos llegaron, el Gobierno empezó a trabajar para comprender qué había sucedido con el resto del mundo.-dijo él, contorsionándose una vez más en su silla.-Encontraron partes de Suramérica, el resto de Norteamérica; lugares que en su mayoría no tuvieron un sistema de organización tiránico como el nuestro. Fue así como vinieron cada vez más inmigrantes, creando así el Programa de Inserción, que es justamente eso: una ayuda para que el extranjero, quien muchas veces ha soportado circunstancias adversas, se incorpore a la sociedad mexicana.
-¿Y cómo exactamente nos incorporaremos a la sociedad mexicana?
-Bueno.-Bram señaló con la quijada a la puerta de la oficina, de la cual Chainne salía, una mujer de rizado cabello negro parada junto a ella y mirando expectante hacia donde la única sin pasar del grupo estaba parada.-Eso lo descubrirás ahora mismo.
-¿Zoe Brook?-inquirió la mujer.
La susodicha le dedicó a su hermano una larga mirada y finalmente se dio la vuelta, gruñendo, caminando hacia la oficina con largas zancadas.

-Bien, terminemos con esto. Me rindo. Sólo por esta vez.

miércoles, 4 de febrero de 2015

Caótica Sinfonía, Capítulo Treinta y Tres: Conozco Lugares.


“Algo pasa cuando todos se enteran
Veo las aves de rapiña rodeándonos en nube oscura
El amor es como una pequeña y frágil llama, podría apagarse
Podría acabarse porque ellos tienen sus jaulas,
Ellos tienen sus cajas, y armas, ellos son
Los cazadores, nosotros somos los zorros y corremos
Bebé conozco lugares donde no nos encontrarán y
Ellos estarán persiguiendo sus colas intentando rastrearnos
Porque yo, yo conozco lugares donde escondernos, conozco lugares.”
-I Know Places, Taylor Swift.

Silencio. Silencio en todas partes menos en la cabeza de Stan. Silencio en las habitaciones de Chainne y de Cydak, silencio en las paredes, silencio en el cielo.
Y en su mente, ruido.
Sara está viva. Chas está vivo.
No sabía qué sentir, si alivio o terror. No quería tener que enfrentarse a verlos juntos. Chas, el hermano perfecto; Sara, la mujer perfecta; Stan: la tercera rueda, el joven hermano al que hay que cuidar, el pequeño y caótico idiota.
No.
Se levantó de un salto, tomando su chaqueta de su puesto colgando de una silla.  No aguantaría más sus pensamientos.
Las armas no piensan.
Yo no soy un arma.
Ya no.
¿Entonces qué?
Soltó una maldición. Estaba demasiado viejo para conflictos de identidad.
¿Yo, viejo? Psh.
Y encima, demasiado joven para la crisis de los cuarenta.
La puerta se cerró con un fuerte portazo, y Stan se encogió. ¿Es que acaso también había dejado de ser silencioso?
Se dirigió a trompicones a la sala a oscuras, chocando de plano contra cada mueble en su camino. La oscuridad parecía distinta, más densa; más como tinta que como sombra. Encontró la barra de la cocina, buscando a tientas las llaves de la casa. No pensaba quedarse afuera si alguno de esos dos decidía ponerle llave a la puerta.
El pasillo estaba una sombra más claro que el interior de su nuevo apartamento, y Stan se recostó contra la puerta cerrada. De la nada había olvidado la razón de su salida.
Sara está viva. Chas está vivo.
Ah, sí, eso.
Un escape.

Ojos hielo y bosques volando, agua, mucha agua congelada-
Dos golpes rápidos a la puerta.
Silah enterró la cara en la suavidad de su almohada, cerrando los ojos con fuerza. ¿En dónde estaba? Ah, sí.
-mucha agua congelada-
Otro golpe.
-Nnooo tengo hielooo-murmuró en un desorden incoherente.
Una grave risa atravesó la puerta, despertándola como un balde de agua fría. Ah la ironía.
-¿Stan?-llamó, todavía algo adormilada.
Se arrastró hacia su clóset, teniendo el suficiente sentido para no destrozar su perfecto orden por colores y sacar una bufanda. Profirió un rápido “¡Espera!” y la enrolló en su cabeza con agilidad, pasando después a echarse un poco de agua en la cara para terminar de espabilarse.
Para cuando abrió la puerta, Stan estaba silbando suavemente, apoyado contra la pared con las manos enterrradas en los bolsillos de su chaqueta.
-¿Quieres salir a alguna parte?
-¡Stanley!-Silah se frotó los ojos, ahora casi completamente despierta.-¡¿Quieres que salga contigo a estas horas de la noche?!
-Ni siquiera son las doce.
Ella le miró con sequedad.
-Es demasiado tarde para que yo salga con un hombre completamente sola-
Stan se enderezó, una sonrisa pícara jugueteándole en las comisuras de los labios.
-Oh, así que ese es el problema. Que soy un hombre fuerte, guapo y terriblemente atractivo; y tú eres una adorable e inocente pequeña flor-
-No, el problema es que eres simplemente un hombre.
La expresión de Stan cayó en derrota. Silah sonrió, victoriosa.
-¿Me acompañarás o no?-gruñó él.
-No.
-Me puedo perder.
Un encogimiento de hombros.
-Qué pena.
-Puedo acabar matando a alguien.
Los ojos desorbitados de Silah le sacaron una risotada a Stan.
-Vamos, Fruity Cake-
Ella lo fulminó con la mirada, haciendo amago de cerrar la puerta.
-No empieces-
-Si tú me llamas Stanley, es justo que yo te llame Pastel Afrutado.-dijo él, el recuerdo brillándole en la mirada.
La repulsión de Silah al ver que sólo había pastel con frutas en la tienda a la que fueron podría ser vista por cualquiera.
Stan coló su mano por la puerta, apresando la muñeca de Silah y jalándola afuera.
-¿Me enseñarás el Metro, verdad?-ella soltó su mano de un jalón, completamente colorada.
-Ya te dije que no-
-¿Porque eres una inocente pequeña flor?
-¡Porque es haram!
Eso lo calló.
-Hu… hu… ¿hurra?
-Haram, ¡prohibido! Repite después de mí, Stanley: Ha.
-Ha.
-Ram.
-Ruuum.
-Casi le atinas.
-Bueno, sea hurraaam o no, cae en tu responsabilidad si me pierdo o mato a alguien-
Silah le dirigió una seca mirada.
-¿Me estás sobornando? Además, te expulsarían si matases a alguien. No creo que quieras eso, ¿o sí, Stanley?
-… así que si fuera tú, me acompañaría.
Y, por una vez en su vida, Stan obtuvo lo que quería.

Las entradas al metro subterráneo habían estado inundadas por años tras el Apocalipsis, dispersas a lo largo de la ciudad y fundidas con los canales. Ahora, sin embargo, las calles con entradas habían sido drenadas y gozaban de escaleras de oscura piedra completamente secas, que los guiaban al interior mismo de la ciudad flotante.
Silah iba unos pasos delante de Stan, todavía un poco irritada y sin dedicar una mirada a si él la seguía o no.
-¡Me voy a perder, Fruity Cake!-se burló él.
Ella paró en el último escalón para esperarlo, justo debajo de un enorme cartel con un símbolo naranja y el nombre de la estación. Stan bajó alegremente, deseando molestarla un poco más-cuando perdió el habla.
Frente a ellos, estaba el interior de un lago. Fluyendo detrás de un grueso cristal transparente, arrojaba reflejos de colores al suelo y al techo y a Stan mismo, quien observó con la boca entreabierta a pequeños puntos de colores que nadaban tras el cristal.
-¿Estás seguro de que quieres entrar?-preguntó Silah, su voz tensa como si estuviera a punto de quebrarse.
Él sólo logró darle un seco asentimiento, repentinamente fijándose en cómo la suave luz resaltaba cada punto multicolor en sus ojos. Ella sacó una tarjeta decorada con la estatua de un ángel dorado, inexpresiva, y la pasó frente a una pantalla al lado de unas enormes puertas de hierro. La pantalla se iluminó y las puertas se abrieron, revelando un túnel en medio del agua.
Stan soltó un silbido apreciativo, y Silah se obligó a sí misma a seguirlo. Clavó la mirada en el suelo mientras él admiraba sus alrededores, rogando porque el tren llegara y el recorrido acabase pronto. El corazón le creaba un rugido en los oídos que pronto se convirtió en el estruendoso chirrido de un brillante tren naranja llegando a la estación, sus puertas conectando con las del túnel y abriéndose con suavidad.
Los lados del tren-completamente vacío-estaban delineados por blancos asientos rodeados por tubos de hierro frío. Silah se sentó, tensa, mientras Stan pegaba el rostro a la ventana y el tren arrancaba con una fuerza que le arrancó el corazón a Silah. El agua armaba un barullo que perforaba su cabeza, y ella intentó concentrarse en otra cosa, cualquier cosa menos el agua.
De repente notó a Stan observándola.
-¿Qué?-preguntó, curiosa-
-Nada.-dijo él con rapidez, apartando la vista.
La mirada de Silah se fijó accidentalmente el el agua rodeando las ventanas del tren, y sintió la ansiedad inflándose como un globo en su pecho.
-¿Estás bien?-preguntó Stan cuidadosamente.
-Perfectamente.-su voz estaba tan tensa que sonó como un gruñido.
-Silah… ¿qué sucede?
Esto la sobresaltó, distrayéndola del hecho de que estaban en un tren subterráneo bajo miles de litros de agua. Stan había dicho su nombre, no Fruity Cake o alguna otra estupidez, y a ella le gustaba.
Mucho.
-Odio el metro.-soltó inesperadamente.
-¿Porqué?
Silah suspiró.
-… No es en realidad el metro. El agua me pone incómoda.
-¿El agua?-Stan sonaba sorprendido.
-Sí, es nuestro mayor enemigo.-dijo ella tristemente.
-¿Cómo?-Stan no podía verle lo peligroso al agua, excepto quizás por el riesgo de ahogarse.
-Porque el agua es paciente. Antes de las Tierras de las Sombras, las Tierras Blancas o incluso las Negras, el mundo estaba cubierto por tierra, aunque incluso en ese entonces era poca-comenzó ella, temiendo un poco que él se riera.
No lo hizo.
-¿Así que eso es verdad? Escuché rumores, pero nunca estuve seguro o listo para creerlos.
La ignorancia de Stan la golpeó con fuerza, y Silah agradeció a Allah por haber nacido y crecido en las seguras Tierras de las Sombras.
-Como estaba diciendo, la Tierra antes era un lugar increíble y ahora puedes ver en lo que se ha convertido. Las montañas y acantilados fueron erosionados por el agua, algunos desaparecieron por completo, y la ciudad tiene calles completamente inundadas todavía. El agua es paciente, Stanley, es paciente y mortal, y siempre gana. Los trenes del Metro me asustan.-admitió en voz baja.
Y Stan la estaba abrazando.
La sorpresa los sacudió a ambos por un segundo, ninguno habiendo esperado el cambio de eventos o lo cómodo que el abrazo se sintió. Stan ignoró por completo la extrañeza-¿porqué había decidido abrazarla? O mejor, ¿porqué simplemente lo había hecho?-y apretó los brazos en torno a Silah, sorprendiéndose aún más cuando ella se relajó y le devolvió el abrazo.

Y el agua dejó de importar.

viernes, 16 de enero de 2015

Caótica Sinfonía, Capítulo Treinta y Dos: Nunca Dejaré Esto Ir.


“Tal vez si mi corazón deja de latir
No dolerá tanto como lo hace
Y nunca tendré que responderle
A nadie de nuevo
Por favor no me tomes a mal
Porque nunca dejaré esto ir
Pero no puedo encontrar las palabras para decirle
No quiero estar sola
Pero ahora siento como que no te conozco.”
-Let This Go, Paramore.

Zoe rodó sobre su nueva cama una vez más, sólo para acabar estrellándose de narices contra la mullida alfombra púrpura (como los ojos de Zhack) que cubría el suelo.
-Ugh.-gruñó.
Se suponía que estaba durmiendo, intentando acoplarse al horario mexicano. Pero no podía. No era que no estuviera cansada, porque lo estaba-era un extraño tipo de cansancio. Músculos dormidos, blandos. Ojos agotados. Boca buscando formar un bostezo.
Y muy poco cansancio para lograr dormir.
Demasiadas cosas habían sucedido, y su mente estaba corriendo.
Observó como el cielo se aclaraba por la ventana, notando las diferencias al amanecer en las Tierras. Se habían instalado cómodamente en el edificio de apartamentos donde tanto Bram como la familia de Silah vivían; algunos de ellos-como Chainne, Cydak y Stan-en un apartamento distinto al de ellos. Por alguna razón, Bram había elegido a Zhack para vivir junto a Zoe y él mismo.
Zoe no quería pensar en la razón.
-Emet: leal, incondicional. Así se le llama. Cuando una persona haga que líneas de su color de ojos aparezcan en tus ojos, no la dejes ir. Jamás.
La puerta se abrió, dejando entrar un pequeño resquicio de oscuridad.
-¿Estás despierta?-un susurro.
Zoe se preguntó si debería pretender estar dormida, pero al final se decidió contra ello. No podía seguir huyendo de Zhack para siempre; así que se arrastrró por la alfombra hasta asomar la cabeza enfrente de una de las doradas patas de hierro de su nueva cama.
Bram no era un as de la decoración, pero recordaba sus colores favoritos. Colores en los que Zoe no se había fijado desde su supuesta muerte. Colores completamente ilegales.
-Huh.-una ligerísima sonrisa curvó los labios de Zhack.-¿Porqué estás en el piso?
-Me acostumbré a dormir en él.-dijo ella. Intentando no reírse, añadió:-En realidad me caí de la cama.
Zhack soltó una suave, pequeña risa, aún parado dudoso en el umbral de su puerta.
-¿Zoe Brook, cayéndose de la cama?
-Jaja, claro, ríete. No he tenido camas para caer desde hace mucho. Pasa, que no muerdo.
Él arqueó una burlona ceja.
-Vale, sí muerdo, pero ahorita mismo no estoy de humor.
Observó la ventana de nuevo, ignorando la aceleración nerviosa de su corazón al sentirlo aproximarse. Las cortinas eran coloridas, bordadas con diversas figuras. Flores, pájaros, soles.
-No he logrado dormir nada. Tu hermano está roncando justo al lado de mi cuarto.
Zoe sonrió brillantemente, recordando las noches en las que se dormiría al sonido de los ronquidos de su hermano-una alarma segura, si paraban, había que despertarse-, con alegría por primera vez en años.
Zhack la estaba viendo como si de la nada el sol lo hubiera cegado.
-¿Qué?-preguntó Zoe, de inmediato borrando su sonrisa.
Dejó caer la cabeza contra la alfombra, más cómoda que su cama en las Tierras Blancas. Él simplemente sacudió la cabeza.
-Nada. He estado pensando…
-¿Y ese milagro?
Zhack puso los ojos en blanco.
-Ja. He estado pensando, cosa que hago frecuentemente, que si no me das una oportunidad es por algo. Y ese algo es que no confías en mí.
O que confío en ti demasiado para lo poco que te conozco, pensó Zoe, pero no lo dijo.
-Así que he decidido contarte más sobre mí, para que me conozcas mejor.
-Espera.-Zoe se incorporó, jalando una almohada del también colorido cubrecama que su hermano le había comprado. Colocó el peludo almohadón carmesí sobre la alfombra y apoyó la cabeza en ella.-Ahora sí. Te escucho.
-Um.-Zhack carraspeó, algo nervioso.-Vale. Eh…
-Guau, ahora te conozco mucho mejor que nunca.
Él se rió, una risa larga, relajada, alegre. Zoe sonrió.
-Vale, vale. Uuuh… okay. Nací en las Tierras Negras, en la capital, en el año 42. Era otoño. No sé prácticamente nada sobre mi madre, sólo que si está viva, Fersmoth la mantiene lejos de mi alcance. También sé que tiene ojos similares a los míos, pero sin vetas.
“Desde pequeño, tuve un temperamento corto. Me enojaba con facilidad. A partir de los nueve, cada vez que tocaba a alguien al estar enojado, ese alguien se retorcía de dolor. Fersmoth notó esto y me prestó atención por primera vez en años. No me alegré. Había estado viviendo decentemente con nanas y sin padre, y las pocas veces que había estado con él me habían traumatizado.”
Zhack le dirigió una pequeña sonrisa, como disculpándose. Zoe asintió para instarlo a continuar.
-Cuesta ser un niño cuando tienes al Emperador de las Tierras Negras como padre. Me sumió en el entrenamiento de inmediato. Aprendí a controlar mi habilidad, o intentarlo. Es como un monstruo. Necesita salir, o me destruye. Intenté dejarla de usar, y acabé casi muriendo de una aneurisma.
“No lo volví a intentar. Eso ha sido mi vida: torturar gente, torturarme a mí mismo por ello. Algunas personas murieron antes de decir algo, antes de permitirme parar. Lo detesto. Fersmoth es el que me hizo desarrollar la habilidad, el que la convirtió en un monstruo, el que hizo que no pueda pasar de dos días y tres horas sin utilizarla, aunque sea en mí mismo.”
-¡Espera!-Zoe se incorporó de un salto, horrorizada.-¿Dijiste que la usaste en ti mismo?
-¿No es justo?
Ella presionó los labios.
-Bueno, sí, es justo. Pero de ahora en adelante me tienes a mí para eso, ¿vale?
Él le dirigió una mirada horrorizada.
-¡¿Qué?! No, no voy a-
-Vas a.-dijo Zoe, severa. Se sentó de piernas cruzadas frente a él, sin apartar la vista de la suya.-Ahora, ya que me has contado tu vida, yo te cuento la mía.
Zhack calló sus protestas y escuchó con atención.
-Ahora ya sé mi fecha de nacimiento. Nací en las Tierras Blancas, en un pequeño barrio cerca de la capital. Mmm. No recuerdo mucho de mis padres. Supuestamente, murieron cuando yo tenía tres años, pero resulta que en realidad no murieron. Culpé a Mallock por eso. Bram tenía nueve años, así que acabamos viviendo con una tía lejana. Esa tía murió cuando yo tenía los nueve, así que Bram se encargó de mí desde entonces. Estaba entrenando para ser Vigilante, en otras palabras, robar información para que pudiéramos escapar. Nunca fui capaz de seguir las reglas.
-¿Porqué eso no me sorprende?
Zoe ocultó una risa.
-Calla. Estoy hablando.
-Callo.
-Continuando con mi historia-dijo ella fuertemente.-No podía seguir las reglas y casi siempre Bram tenía que recordarme que me cortara el pelo como corresponde cada mes, por lo que tengo toneladas de cicatrices por tantas razones buenas como estúpidas. Cuando cumplí doce, Bram conoció a Mailanee, la hija de Mallock. Su emet.-Zoe apartó el rostro, sintiéndolo arder.
“Fui feliz. Tenía una familia. Pero por supuesto, todo cayó. Mallock notó a Mai al escaparse para ver a mi hermano. Lo siguiente que sé es que lo han condenado a muerte, tengo un ataque de histeria, golpeo a un Vigilante y me noquean. Cuando despierto, él ya está muerto. O eso me dijeron. Mai me visitó unas noches después, en el orfanatorio, y me dio una llave para que escapara. Tuve que esperar muchos años para eso, pero lo hice. Y eso es todo.”
Zhack abrió la boca para decir algo-y entonces Zoe notó que los ronquidos de su hermano habían parado.

-Por más que esté a favor del emet, Zhack, si pones una mano sobre mi hermana bajo mi techo eres hombre muerto.

martes, 13 de enero de 2015

Caótica Sinfonía, Capítulo Treinta y Uno: Ignorancia.


“No es una guerra no, no es un rapto
Soy sólo una persona pero no lo puedes soportar
Los mismos trucos que alguna vez me engañaron
No te llevarán a ninguna parte
No soy la misma niña de tu memoria
Ahora me puedo defender por mí misma.
No quiero escuchar tus canciones tristes,
No quiero sentir tu dolor,
Cuando juras que todo es mi culpa,
Porque sabes que no somos lo mismo.”
-Ignorance, Paramore.

-¿Estás seguro de que esto sea una buena idea?
-No.
-Para nada.
-Si me lo preguntas, no sé ni porqué lo consideramos.
-No te lo preguntaba.
-¡Shh!
Zhack presionó los labios, mirando a Zoe con ansiedad. La chica estaba apoyada con los codos sobre el mostrador de la “Casa de Reposo”, mirada dura y rostro inmutable. Bram, a su lado, charlaba con un secretario.
-Nunca me imaginé que Sara se fuera a volver loca.-murmuró Stan.
-No creo que se te haya pasado por la cabeza que fuera a abandonar a sus hijos.-dijo Zhack con dureza.
Seguía observando a Zoe, buscando algo, lo que fuera, una señal para entender lo que pasaba por su cabeza. Su mirada se alzó y se encontró con la suya; ella la apartó.

-¿Me vas a explicar exactamente porqué nuestros padres están en un asilo?-preguntó Zoe, controlando cuidadosamente la tonalidad de su voz.
Bram le dirigió una breve mirada.
-La última vez que los visité su apartamento era una porquería, y su estado también. Pensé que sería lo mejor.
Zoe lo miró con sequedad.
-Que no me hayas visto por casi cinco años no quiere decir que no puedas contar las cosas, sabes.
-… Bien.-dijo él, suspirando.-¿Es suficiente si te digo que están mal de la cabeza?
-Bram.
-¡Vale, vale! Él tiene Transtorno de Estrés Postraumático, ella tiene tantas cosas que ni quisiera decirte-
-Señor.-el secretario agitó la mano en dirección a su hermano.-Los hemos puesto en habitaciones separadas. Primer piso, 20ª y 30B.
Él le agradeció con un asentimiento de cabeza y Zoe se soltó del mostrador con un salto, siguiéndolo hacia un pasillo.
-Bueno, pues al menos sintieron algo de culpa.-dijo ella, sintiendo una cruel ráfaga de satisfacción.
Sus zapatos hacían un eco extraño sobre el suelo encerado, tap, tap, y con cada tap incrementaban sus nervios. Lanzó un vistazo sobre su hombro, donde el resto de su grupo se sentaba en la sala de espera, todos mirándola: Chainne nerviosa, Cydak inescrutable, Silah enviándole ánimos, Stan indeciso, y Zhack… Zhack mirándola con seguridad, como si ella pudiera derrotar al mundo entero.
Con un nuevo brote de determinación, Zoe siguió a Bram a través de lo que la gente llamaba Casa de Reposo y ella llamaba manicomio.
-Ahora, explica.-le ordenó a su hermano.
Su hermano.
Que estaba vivo.
Que no había sido ahorcado.
Zoe sonrió.
-No me puedo todos los términos médicos…-
-¡Bram!
-¡Ella tiene Transtorno Límite de la Personalidad, de acuerdo! Dependen el uno en el otro de una manera que me enferma… Parece que son niños, niños violentos. Nada de los padres que conocimos.
Eso la calló, una aguja de pesar punzando en su corazón. Su padre, que le había enseñado el svoboda a una edad tan temprana que ni siquiera lo debería recordar. Su madre, de la que sólo recordaba un flash, una risa, una mirada.
-¿A quién quieres ver primero?
-A quien esté peor.-contestó Zoe.
-Difícil decisión.-murmuró su hermano amargamente.-Papá entonces.
Sala 20ª, acolchonada hasta el punto de ser ridículo. Alfombra suave y peluda, color verde mullido. Almohadones por doquier, cosidos en la pared, de colores calmantes y alegres. Unas cuantas ventanas colocadas en el techo a manera de tragaluces, todas rodeadas por suavidad.
Suavidad por todas partes.
Y en medio, su padre.
Chas Brook era un hombre de mediana edad, de aspecto viejo pero infantil a la vez, con el tono de piel morena que pasó a caracterizar a su familia y una mata de desordenado, rizado cabello oscuro como el de sus hijos. Ni uno de ellos había logrado obtener mucho del aspecto de Sara, excepto quizá por la dureza de sus rasgos eslavos.
Estaba sentado, enrollado sobre sí mismo como un bebé, mirando al vacío.
-No hagas nada repentino.-le susurró Bram a Zoe-. Lo tienen constantemente monitoreado y no es muy violento, pero ten cuidado.
Se aproximó a Chas como quien se acerca a un animal. Lento, agachado, aparentemente submisivo, manos al aire; algo innecesario considerando que su dependecia en Sara era tal que no le interesaba observar el mundo exterior si ella no estaba.
-Papá. Traigo a Zoe.
Nada. Ni la más mínima respuesta.
-Zoe, ¿la recuerdas? Tu hija menor.
La susodicha se acercó con lentitud a su padre, buscando algún rastro de conciencia en sus ojos quebrados, de una extraña sombra de café: no cálida, sino sucia; con líneas de azul cristal igualmente destrozadas.
Un bajo murmullo retumbó en su pecho, subió como ahogo, salió como un sollozo, y todo él se balanceaba hacia adelante y atrás como un niño pequeño.
Bram se levantó.
-Vamos. No te va a reconocer por un tiempo. Ni siquiera me reconoce a mí.
Zoe se levantó, echando una apenada mirada a su padre, quien seguía gimiendo. ¿Cómo permanecer enojada con alguien si ha perdido la cordura?

-Advertencia.-dijo Bram, parando frente a la puerta de la habitación 30B.-Ella parecerá estar sana, pero no lo está. En absoluto.
-¿A qué te refieres?
-Míralo por ti misma.-y la puerta se abrió.
Sala 30B, ridículamente perfecta. Ordenada hasta el cansancio, dando cada signo de aparente normalidad; sin embargo sólo un idiota no notaría como los muebles estaban fijados al suelo, y toda la habitación carente de cosas que pudieran resultar peligrosas. La ventana estaba semi abierta, refrescando el ambiente, y, en una silla frente a ella, su madre.
Sara Brook, mujer de mediana edad con un duro rostro eslavo. Su cabello rubio caía en desorden por sus hombros, cuyos huesos se asoman enfermizamente bajo los tirantes de su vestido. Los ojos que Zoe recordaba como claros ahora parecían cristal quebrado.
-Sara.
Ella se volteó, ojos clavándose instantáneamente en Zoe.
-¡Zoe!-chilló con alegría.-¡Viniste! ¡Sabía que vendrías!
Un parpadeo y Zoe estaba siendo abrazada como si fuera una muñeca de trapo. Entrecerró los ojos, sin sentir ni la menor calidez en el abrazo de su madre.
-Oh cariño mío, te he extrañado tanto…
-No te creo.
Como una tijera cortando un hilo, Sara se separó tan de golpe como había venido.
-¿Qué?-preguntó, frunciendo los labios de manera infantil. Parecía a punto de llorar.
-No te creo.-repitió Zoe.-Si me hubieras extrañado, no me habrías abandonado.
-Pero… yo no te abandoné…
Zoe le regaló una ceja arqueada.
-¿Porqué me abandonaste?
-No… no te abandoné…
-POR. QUÉ. ¿ME ABANDONASTE?
-No… no… ¡no!-las manos de Sara se contraían, aferrando su cabello, buscando algo que golpear.-¡Me haces daño!
-¿Así como el que tú me has hecho a mí?
-¡Me haces daño me voy a hacer daño!-
-Zoe.
La mano de Bram, en su brazo, jalándola fuera de ese lugar.
-Déjala. Se pondrá violenta.
-¡Yo también me puedo poner violenta!
-¿De verdad quieres hacerle daño a tu propia mamá?
Silencio. Sólo Sara murmurando me haces daño me haces daño una y otra vez.
-No.

Y se fueron.