“Y todo lo que
podía escuchar el trueno y ver el rayo golpear
Alrededor el
mundo se estaba despertando, nunca podría yo volver
Porque todas las
paredes de los sueños, fueron rotas bien abiertas
Y finalmente
parecía que el hechizo había roto.”
-Blinding,
Florence and The Machine.
La Muralla se estaba estirando.
Miles de millones de whitelanders
podían atestiguarlo. Formaban una cadena de figuras fantasmales apostadas
afuera de sus casas, los niños sosteniendo peluches ilegales que sus padres
ocultaban, los adultos mirando con expresiones indescifrables el movimiento que
había sacudido el mundo entero.
Sorpresa, asombro, más de un poco de horror. La tierra se seguía
sacudiendo, y la gran Muralla blanca se estiraba como un gusano maligno
alrededor de ella. Las casas se sacudían y las cosas se caían, pero nadie les
prestaba atención.
Las Tierras Negras se estaban moviendo.
A lo lejos, desde la parte sur de las Tierras Blancas, un gusano hecho
de un gelatinoso líquido negro se acercaba a ellos.
¿Qué estaba pasando?
De la nada podían ver demasiado. Había desiertos, había ruinas de
ciudades antiguas, todo destruido.
Las Murallas se estaban uniendo.
Observaron con horror cómo el gusano negro se acercaba hacia ellos. Y
entonces, la voz de Mallock. Y entonces, la voz de Fersmoth. Juntos.
Habían decidido unir sus imperios.
En medio de la oscuridad más absoluta, Fersmoth y Mallock anunciaron
lo mismo a los suyos.
En la sala de Gobierno de las Tierras de las Sombras, llegó un fax.
Parecía mundano, incluso ridículo, que la centenaria máquina de fax hubiera
funcionado. Era una reliquia innecesaria, y cuando la secretaria de la
Presidenta Aguirre se levantó a revisarlo, no se esperaba lo que encontró.
Un papel, escrito en español, de lo más normal del mundo. Lo que no
era normal era el escudo.
Una declaración de guerra.
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