viernes, 9 de enero de 2015

Caótica Sinfonía, Capítulo Veintinueve: Llueve en el Mar.


“No puedo despegar,
La lluvia y las nubes me quieren ahogar,
Yo quise agarrar
El Sol con la manos desnudas y tirarlo al mar.
Y decían que tan vino yo iba a liarla,
Y decían que la locura me iba a llevar,
Y decían que esta canción no podría cantarla,
Sonriendo mientras veía llover en el mar.
Yo me quiero acostar,
La Luna es una cuna y dejarme llevar,
Ya no puedo contar,
Las penas son granos de arena y se van
con el mar.”
-Llueve En El Mar, Jenny And The Mexicats.

Las estrellas estaban por todas partes, tan cerca que Zoe creía poder estirar su mano y tomarlas. Se preguntó cómo se sentiría, si ardería, si sería helado, si simplemente sería como beber luz por la mañana. El cielo había cambiado radicalmente rápido como en un tiempo acelerado, lo que había sido mañana se había convertido en noche cuando el cuerpo de Zoe aseguraba que aún era de día.
Las charlas de sus compañeros se habían calmado, lo mismo que su esperanza. ¿O sería más apropiado llamarla un mar de emociones? No se atrevía a dedicarle un pensamiento.
-Señoras y señores.-anunció Silah, hablando en español para estar más cómoda.-Les presento las Tierras de las Sombras.-adoptó un tono excesivamente cantarín y controlado-. Hace muchísimo tiempo llamada Tenochtitlán, hace mucho tiempo llamada México, hace poco tiempo aparentemente llamada Tierras de las Sombras pero aún México.
Zoe dejó de observar el cielo y concentró su mirada en la tierra, que se acercaba a una velocidad cómoda pero acelerada. Veía montañas y veía, ¿volcanes?, nunca había visto volcanes, nunca había visto tanto verde junto y de la nada líneas de azul se volvieron cada vez más anchas cuando traspasaron otra capa de aire; y pudo ver canales y casas ordenadas de una manera cuadriculada.
-Bajo ustedes, la Ciudad de México o Distrito Federal, sobreviviente del Apocalipsis, hogar de miles y miles de personas entre las cuales ahora se encuentran. Espero hayan disfrutado su vuelo.
En el Distrito Federal ya era de noche. Brillaba increíblemente, una gema amurallada por agua de intenso azul cuyos delgados brazos penetraban en la ciudad como calles, de las cuales sólo las más grandes escapaban.
-Eso… ¿está construida sobre el océano?-preguntó Chainne, anonadada.
Silah se tomó su tiempo, dándoles una vista impresionante de los edificios, colores, decoraciones y canales. Zoe creyó ver la estatua de un ángel dorado.
-Sobre un lago, en realidad. Nadie sabe cómo es que no se hundió, pero la mayoría se lo atribuyen a la Guadalupana, y al Ángel.
-¿La Guadalupana? ¿Ángel?
-La Virgen de Guadalupe, la patrona de México desde literalmente siempre. Y sobre el Ángel, se dice que el Ángel de la Muerte le tomó cariño a México e intercedió ante Alá-ejem, el Señor, por su salvación.
-¿El Ángel de la Muerte?-cuestionó Zhack.
-Una heroína sorprendente, ¿no?
-¿Heroína?-Stan sonaba sorprendido.-¿Quieres decir que era mujer?
-Sí, Stanley.-Silah sonaba molesta, comenzando el descenso.-Era mujer. Y siempre ha sido un ícono de México.
El cuasi helicóptero se posó con suavidad  en el centro de un círculo color borgoña.
-Bienvenidos.-sonrió Silah. Entonces abrió la fuerta y salió de un salto-. ¡Afuera, todos!
Se bajaron uno por uno, todos mirando alrededor como si fuera un mundo nuevo-que lo era. Sonidos llenaban el lugar, risas, voces, agua corriendo; música… ¿música, verdad? Sonaba tan distintiva, con fuertes voces, ¿trompetas?, y a lo lejos un sonido melancólico como de lágrimas…
-Vamos, rápido, tengo que llevarlos al Palacio Nacional. Hay más que admirar abajo.
Zoe sintió frío.
-¿Palacio Nacional? ¿Tienen un Emperador?
La sola palabra aterró a cada uno de los fugitivos.
-Oh, ¡no! No se preocupen, no tenemos Emperador, ni Rey, ni nada por el estilo. Tenemos una Asamblea elegida por el pueblo, que cambia cada seis meses.
-Menos mal.-Stan dijo lo que todos estaban pensando.-Hemos tenido más que suficiente de Emperadores.

Silah tenía razón: Había mucho más que admirar abajo. Afuera del “helipuerto” donde aterrizaron había una breve extensión de asfalto que desembocaba en un canal, sobre el que danzaban luces y extraños medios de transporte, como barcos abiertos, coloridos y decorados con flores y más de esa extraña música melancólica. Zoe descubrió su origen en una caja grande con montones de botones y teclas, que un hombre viejo hacía sonar girando una palanca.
Silah caminó casualmente a la orilla, hasta que sus pies casi tocaban el canal-hecho que hizo que Stan se adelantara hacia ella como si quisiera agarrarla-y alzó la mano derecha.
-Esas cosas que ven ahí son trajineras, sirven para movernos por los canales.-dijo.-Stanley, no me voy a caer, no hace falta.
La mano de Stan se cayó desilusionada, al tiempo que una trajinera se acercaba a ellos. Era conducida por un hombre descalzo, con un tono de piel que-otra vez-Zoe jamás había visto. No lograba captar muy bien la diferencia, pero era un café distinto a su piel morena.
-¿Para dónde?-preguntó, sosteniendo la trajinera a la acera mediante un palo.
-El Zócalo, por favor.-Silah ya estaba adentro, y fue seguida por los demás.
Se acomodó en el asiento del fondo, mientras que Stan se sentó cerca de Silah y Chainne en un el espacio vacío delante de la zona techada, jugueteando con el agua.
Sintió a Zhack sentarse a su lado.
-Todo es tan libre aquí…-murmuró él, asombrado.
-Lo sé.-concordó Zoe.-Jamás había visto tantos colores juntos.
Ambos observaron a la gente que caminaba en las aceras; riendo, charlando en tonos altos con el mismo acento de Silah; escucharon el extraño sonido del español y se maravillaron al poder entenderlo. Todos vestían distinto. Todos actuaban distinto. Sus cabellos eran distintos, algunos de colores inverosímiles, otros más normales; algunos tenían dibujos en la piel, otros no, y había tanta variedad de ropa que Zoe quedó abrumada.
-Así que, ¿vienen de lejos?-preguntó el conductor de la trajinera, cortando con su palo el agua y así avanzando-. No parecen ser de por acá.
Cydak fue el único con la confianza-o despreocupación-para contestar.
-Venimos de tan lejos que no lo creerías.
-¿Las Tierras de Allá? Mis disculpas en nombre de todo México. Sólo hasta hace poco nos enteramos de qué tan mal están las cosas.
-¿Sabe si la Asamblea ha decidido hacer algo?-preguntó Silah.
-Hasta ahora nada.
Doblaron hacia la izquierda, hacia un canal más grande donde el flujo de trajineras se incrementó considerablemente. Zoe observó una de ellas, donde un extraño grupo vestido de negro, con corbatas rojas y detalles dorados en sus trajes; tocaba y cantaba más de aquella música extraña. Llevaban enormes sombreros de ala ancha.
-¿Qué son ellos?-preguntó.
El conductor le dirigió una mirada curiosa.
-Son mariachis. La música más mexicana que puedas encontrar.-de la nada paró, anclando la trajinera en un pequeño puerto.-Adelante, señores. El Paseo de la Reforma, una de las pocas calles que han sido drenadas. Sigan la Madero y llegarán al Zócalo.
Eso no ayudó a que nadie excepto Silah se ubicara, pero de todos modos dijeron gracias y bajaron al puerto.
-Antes esto estaba lleno de carros.-dijo Silah, caminando con rapidez entre una marea de gente sorprendentemente grande pese a la hora.-Pero con el aumento de la radiación, los carros sólo conseguirían más contaminación, así que ya no se producen.
-¿No usan caminos de levitación?-preguntó Stan, caminando cada vez más cerca de ella, como si temiera perderla (o perderse él).
Zhack le tomó la mano a Zoe, jalándola cerca de sí.
-No necesito protección.-se quejó ella.
-Por supuesto que no, pero quizá yo lo haga.-respondió él, sonriendo burlón.
Zoe bufó.
-Ya en serio, quizá ambos la necesitemos. Los equipos son mejores, después de todo.
Ella no pudo discutir contra eso. Intentó absorver todo lo que pudo de sus alrededores, escuchando a medias la conversación de los demás.
-¿Levitación? Ja, no. Es más cómodo y sano ir a pie, o por Metro, helicóptero o trajinera.
-¿Metro?
Había tiendas a su derecha, la mayoría de libros-¡libros! Zoe sólo los veía quemándose-, y estatuas y un gran palacio-¿sería el nacional?-a su izquierda.
-Sí, el metro subterráneo. Si quieren conocerlo puedo llevarlos…-su voz se tensó.-Aunque está inundado, y el tren viaja bajo tierra y agua. A la izquierda está el Palacio de Bellas Artes, por cierto.
Bellas Artes era blanco en su mayoría, con estatuas de héroes a caballo y una gran cúpula multicolor. Avanzaron hacia la derecha, por una calle estrecha y de piedra uniformada. El olor a comida llegó a ellos, y un coro de estómagos hambrientos rugió con fuerza.
-¡Oh, tienen que probar los tacos de canasta! Son buenísimos, pero tendrán que esperar hasta después del registro. No podemos entrar al Palacio con comida y vamos con prisa.
Las personas se ponían más extrañas en esa calle, que proclamaba ser la Avenida Madero. Zoe no tenía ni idea de quién rayos era Madero.
Había gente disfrazada de coloridos esqueletos, otros de estatuas humanas, otros simplemente tocaban y cantaban. Incluso había artistas pintando a la gente, y puestos de curiosos objetos.
-¿Porqué tantos esqueletos, Silah?-preguntó Chainne.
-Es una tradición.-replicó esta, guiándolos con agilidad.-Celebramos la muerte como celebramos la vida. Son llamados calacas, y tienen su base en la calaca Catrina, quien se dice fue el Ángel de la Muerte.
La calle desembocó en la plaza más grande que Zoe había visto en su vida. Estaba tan llena de gente que abrumaba, y en su centro se alzaba una enorme asta de la que ondeaba una bandera verde, blanca y roja. Zoe captó un vistazo del escudo: un águila parada sobre una planta verde y espinoza, comiendo una serpiente.
Feroz.
-¿Porqué celebran la muerte?-cuestionó Stan, sonando amargado.
Silah los guió hacia la izquierda, buscando el camino más rápido para llegar al Palacio, una larga construcción rectangular repleta de ventanas, de un cálido tono dorado.
-¿Porqué estar tristes sobre ella? Es nuestra reunión con Allah, que es justo donde pertenecemos.
-¿Allah?
Zoe escuchó a medias la explicación que Silah les daba, observando anonadada el imponente Palacio. El interior resultó ser tan elegante como el exterior, con enormes lámparas de cristal que derramaban cálida luz por todas partes.
Silah fue directa a la primera oficina que encontró, donde se paró frente a un mostrador.
-Buenas noches.-saludó-. Traigo a dos chicas whitelander, a dos hombres y un chico blacklander.
-¡Hey!-se quejó Cydak.-Cumpliré dieciocho el próximo mes.
-Niño.-Zhack tosió para cubrir lo que dijo.
-Necesito registrarlos como residentes, no sé si querrán la nacionalidad.-continuó Silah.
-Quiero la nacionalidad.-dijo Zoe.
-Yo también.-dijo Zhack.
-Y yo.
-Y yo.
-Básicamente, todos queremos la nacionalidad.-generalizó Stan.
-Necesitan vivir por lo menos tres meses aquí para eso, lo siento.-se disculpó la secretaria, ocupada armando cinco perfiles en hologramas a su alrededor.-Ahora, tienen que decirme los siguientes datos: Nombre, edad, fecha de nacimiento, si tienen algún tipo de enfermedad, tipo de sangre…
-Uh…
-Em…
Todos intercambiaron miradas incómodas.
-De todos esos, lo único de lo que podemos estar seguros son el nombre, la edad y si tenemos alguna enfermedad.-dijo Zoe.
-¿Qué?
-¿No saben sus santos-quiero decir, cumpleaños?
-Yo creo que nací en el año 45 del tercer siglo Post Apocalipsis…-murmuró Chainne.
Se oyó un sonido de pasos tras ellos, y Zoe se giró-
-Bram. Bram. Bram.
-Zoe Brook nació el 19 de diciembre del año 46, siglo Tres.-dijo su hermano.-Lo recuerdo a la perfección.

1 comentario:

  1. OH DIOS SU HERMANO ESTA AHI ESTA AHI ESTA AHIIIIIII
    Y ah, otra cosa, de acá a jupiter noto tu obsesion por mexicoXDXD me gustaría ir, solo he ido una vez, y antes de ti, tenía un muy mal concepto de los mejicanos, ahora he cambiado un poco.
    Besos♥

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